martes, 24 de febrero de 2009

Nietzsche, Hesse, Burroughs

La marca en nuestra frente es la de Caín

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"Dios ha muerto" es la célebre sentencia de Friederich Nietzsche aparecida por primera vez en La Gaya Ciencia que, como un mazazo, se estudia hoy en día en todos los libros de filosofía. Pero siempre hay una parte importante que se desecha: "Dios ha muerto. Lo hemos matado".

Resultando obvio el paralelismo con el enunciado de Greenaway (paralelismo al cual ya se me adelantó nuestra querida compañera Indiana), extraemos que "hemos matado al cine". Rápidamente tenemos que darnos cuenta de algo, y es que Nietzsche anunciaba la muerte de Dios como una victoria, la victoria del superhombre; Greenaway (me está saliendo urticaria de tanto hablar de él) declara la defunción del cine como algo negativo, o al menos como un toque de atención. Nietzsche habla del triunfo sobre la moral cristiana. ¿Qué es la moral cristiana en el cine? Hollywood.

Así pues, lo que viene a decir Greenaway en realidad es que la moral cristiana ha triunfado sobre el superhombre. Entendamos el concepto de superhombre como el cineasta que se desmarca de los tópicos, de la inercia, de la tendencia cómoda. El cineasta con visión propia. La industria es al capitalismo lo que el cristianismo a la religión: motor de acción de un sistema alienante. Vamos a predicar nuestra propia fe aunque sea en el desierto.

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En Demian de Herman Hesse, el autor recupera el mito del superhombre. Aunque reformulándolo de otra manera, vuelve a aparecer el nivel de lo establecido y el enfrentamiento a lo establecido: El estigma de Caín.

Básicamente, Hesse revisita la historia de Caín y Abel que todos conocemos, haciendo mención a la señal con la que Caín y sus hijos quedaron marcados para siempre por el asesinato de Abel. Hesse nos ofrece una lectura distinta: La marca de Caín no es otra cosa que la diferenciación individual, el deseo de permanecer por encima de los mediocres, el no resignarse a pertenecer a la masa, al rebaño.

De todos modos, de Hesse quiero rescatar dos principios teóricos para aplicarlos a lo que creo que debe ser el cine (el cine como un arte superior, el cine en su esencia más pura). Uno es el laureado "la verdadera profesión del hombre es encontrar el camino hacia sí mismo" y, el otro, el que aparece en Siddharta de un modo menos concreto, pero que básicamente afirma que no debemos ceñirnos a las enseñanzas de un maestro, de una corriente o de una ideología, y debemos beber y adquirir sabiduría de todos los maestros, corrientes, ideologías... para completar nuestro propio código (para adquirir ese estigma de Caín, para ser superhombres).

Ese es el verdadero papel del cine: Avanzar hacia sí mismo. Si el ser humano debe formarse, aprender, depurarse, evolucionar... un arte debe hacer lo propio. Debe explotar sus posibilidades hasta llegar a alcanzar sus propios límites. Podemos concebir la historia del cine como la vida de Siddharta, llegar hasta su propia esencia, hasta el "Om". Toda obra fílmica que retroceda en esa búsqueda es un cadáver, una baja, una oportunidad perdida.

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Y llegamos a Burroughs, la generación beat. No puedo abstenerme de afirmar que de algún modo la técnica cut-up de Brion Gysin es el antecedente de Al final de la escapada (aunque partiendo de la base de que todo existe, de que nadie inventa nada y de que "sólo" hay que llegar hasta ello). Burroughs sostiene un principio esencial: El lenguaje es una cárcel. Un organismo parasitario. Un virus. "El lenguaje (y más aún la razón) aplasta nuestra naturaleza real y crea un universo para nosotros en el que existe el tiempo, la muerte y prácticamente todos nuestros males".

El almuerzo desnudo puede criticarse como obra literaria desde muchos flancos. Pero no creo que nadie esté en posición de negar su poder sensorial y su tremenda riqueza en imágenes. El almuerzo desnudo trasciende su propio medio o consigue, al menos, doblar los barrotes de esa cárcel. Debemos admitir que el lenguaje cinematográfico es una cárcel, más amplia o no que la cárcel literaria, pero quizá por eso es más difícil escapar de ella. Pocas obras pueden presumir de haber superado la barrera del celuloide, de llegar más allá.

Conclusión

Por fin termino con este razonamiento multirreferencial por el que seguramente seré vilipendiado debido a mi calidad de "pedante": En el cine hemos alcanzado un nuevo monolito y nos toca evolucionar, dar un paso. No será el paso hacia el llamado "videoarte", que como tal ya tiene denominación propia, sino la conquista formal de las posibilidades del medio. Esperemos que los estudios frenen algún día su carrera para ver quién consigue tocar fondo primero, o tendremos que empezar a plantearnos la eutanasia.

domingo, 22 de febrero de 2009

Si la respiración asistida funciona...

You got the money, I got the soul, anuncia la voz de Bobby Gillespie en "Kill All Hippies". Ciertamente, dinero y alma rara vez aciertan a coincidir en una misma entidad, y llega un momento en el que ambos valores parecen irreconciliables. ¿Qué es el cine? Pregunta incontestable (al menos yo estoy a kilómetros de atreverme a contestarla).

Peter Greenaway (del que sólo he tenido ocasión de ver The Draughtman's Contract) no lo sabe, aunque no vacila a la hora de declarar su muerte, proporcionando fecha de defunción y todo. Lo que él propone frente a la "pasividad del medio" se aleja estrepitosamente del camino que realmente debe seguir el cine. Bill Viola no es cine, y punto pelota. Este tipo de propuestas artísticas son absolutamente válidas y admirables pero constituyen otra cosa totalmente distinta. El cine debe continuar evolucionando y no mutar en otra cosa como sugiere el galés. El reto es innovar y seguir hacia delante sin perder la esencia, y aquí es donde aparecen los problemas.

Hay crisis por ambas partes. Crisis en el cine como arte y crisis en el cine como entretenimiento. Continuamente se ruedan películas con pretensiones puramente comerciales que ni a tales efectos funcionan. ¿Por qué gastarse cientos de millones de dólares en subproductos que anteponen las innovaciones tecnológicas a todo lo demás? La fórmula se compone de luces, colores, velocidad (aburridísimos ritmos rápidos) y una calificación para mayores de 13 años. Si hasta el cine como entretemimiento se ha estancado, ¿qué podemos esperar? El espectador se deja tratar de tonto y nadie levanta un dedo. Por eso al final más de un subproducto de esta categoría se la acaba pegando en taquilla y por fin es una película como The Dark Night la que arrasa (una película efectista y excesiva pero que, al fin y al cabo, supone un entretenimiento inteligente), porque buenas películas sin propósitos artísticos las ha habido siempre. ¿Por qué seguir dándole dinero al pesado de Michael Bay que cree que el género de acción se fundamenta en un cámara con parkinson y una pareja protagonista teen cuyo carisma tiende al cero absoluto pudiéndoselo dar a Zack Snyder? Qué más da cómo lo filmes si tienes a robots gigantes dándose de hostias, ¿verdad? Se necesitan más películas como 28 weeks later o Planet Terror para satisfacer al público que sólo busca comerse unas palomitas (siento haber escogido dos ejemplos tan grotescos).

Por otro lado, en unas horas se resuelven los Oscar, que este año no me despiertan ningún interés. El año pasado estaba dando saltos de alegría porque las dos grandes competidoras (No Country for Old Men y There Will Be Blood) conseguían ser cine y a la vez iban hacia delante, y llevaban el sello de directores renovadores y con visión propia. Este año los Oscar están más infectados de Hollywood que nunca. The Curious Case of Benjamin Button es el paradigma de película oscarizable y, a la vez, lo que debería ser el cine comercial, el cine para la masa (al igual que Slumdog Millionaire, o cómo hacer una "buena" película con personajes sin carisma). Pero no aporta nada. Mis dos favoritas de las que he podido ver ni siquiera están nominadas a mejor película.

The Wrestler y Revolutionary Road. Demoledoras, frías y, a la vez, accesibles. Aronofsky y Mendes logran desprenderse de sus excesos habituales (de los cuales confieso que disfruto, al menos en el caso del primero) y nos brindan dos películas cimentadas por sus actores y personajes, con la sorpendente habilidad de superar los tópicos que en principio las construyen. Pero no hay nominación. Nominación para el dichoso Ron Howard, nominaciones para mis a ratos admirados y a ratos no tanto Fincher y Boyle. Fight Club y The Game, Trainspotting y A life less ordinary.

En fin, que esta entrada a modo de disertación sin demasiado sentido global sirva para inaugurar este blog. Intentaré que no muera como parece que sí lo está haciendo el cine, y que las ganas de decir cosas nuevas o, al menos, decirlas mejor, no se vean dilapidadas por el matiz de la obligación.